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De todos los reyes árabes que pasaron por Sevilla, hay uno al que se recuerda con especial cariño: Al-Mutamid, el rey poeta. A él le debemos, en gran medida, la construcción del Alcázar de Sevilla, ya que sus obras en él convirtieron la fortaleza árabe en un palacio admirado tanto por amigos como por enemigos. Sin embargo, su recuerdo viene asociado a su talento como poeta, convirtiendo a Sevilla durante su reinado en un centro cultural al que acudían numerosos poetas y literatos de la época. Y, como no podía ser de otra forma en esta ciudad, en torno a su figura circulan numerosas leyendas en la que se entrecruzan lo histórico con lo mitológico.

La leyenda más conocida de Al-Mutamid en Sevilla es cómo conoció a la que sería su reina. Un día, paseando a orillas del Guadalquivir con su amigo y también poeta Ibn Ammar, jugaban a improvisar poemas, entretenimiento muy popular en la sociedad andalusí de la época. Al-Mutamid comenzó un poema que su amigo no supo continuar:

“La brisa convierte al río
En una cota de malla…”

En eso que oyeron una voz femenina que completaba la rima de manera excepcional:

“Mejor cota no se halla
Como la congele el frío.”

El rey se asomó y descubrió a una joven hermosa que andaba descalza por lo orilla, llevando las riendas de un burro. Al instante se quedó enamorado de ella y pidió a Ibn Ammar que la siguiera. Así fue como descubrió que era una joven esclava llamada Itimad, aunque todos la conocían como la Rumaikiyya, ya que su dueño era un alfarero de Triana llamado Romaicq. Al-Mutamid no dudó en comprar su libertad y llevarla al Alcázar, donde la hizo su esposa.

Columna en los jardines del Alcázar de Sevilla que recuerda la figura de Al-Mutamid

Su amor era muy fuerte. Ambos compartían la pasión por la literatura y la poesía. Aunque Al-Mutamid, por su religión, podía tomar varias esposas, Itimad fue la única para él. Cuenta la leyenda que un día él la encontró llorando y al preguntarle qué le pasaba esta contestó que echaba mucho de menos el tacto del barro que usaba para hacer las tejas en el taller de Romaicq. El rey no se lo pensó dos veces y, a la mañana siguiente, llenó uno de los patios de su palacio musulmán con una gran cantidad de barro y una mezcla de especias (almizcle, clavo, etc.) que le daban un olor irresistible. Itimad pasó todo el día jugando con sus sirvientas y riendo como una niña.

También cuenta la leyenda que en otra ocasión volvió a estar triste porque nunca había visto la nieve. El rey no sabía qué hacer para contentarla, porque la única nieve que había en la Península era en el Norte, tierra de los cristianos, o en Granada, en poder de otro rey árabe con el que estaba enemistado. El rey la llevó a Córdoba para distraerla y un día de febrero sorprendió a Itimad mostrándole todo el campo cordobés nevado. Lo que no sabía Itimad era que lo que veía no era nieve, si no que el rey en secreto había hecho plantar un millón de almendros frente al Alcázar viejo, y, cuando ese día de febrero los almendros florecieron, el campo parecía nevado.

Al-Mutamid e Itimad vivieron muchos años felices en el Alcázar. Sin embargo, el rey, ante el poder que poco a poco seguían acumulando los cristianos, decidió pedir ayuda a una tribu guerrera del norte de África, los almorávides. Estos consiguieron frenar a los cristianos, pero se ve que Al-Andalus les gustó y también conquistaron los reinos árabes que estaban defendiendo. Al-Mutamid, así, se vio obligado a irse de Sevilla al exilio. Cuentan que el pueblo sevillano se reunió en el puerto para despedirle con lágrimas. Itimad, que había pasado tantos años de riqueza junto a él, no lo abandonó ahora en la pobreza, y lo acompañó en todo momento. En la ciudad de Agmat, en Marruecos, se conservan sus tumbas junto a la de uno de sus hijos. Allí se la conoce como la Tumba del Forastero, como Al-Mutamid se definió a sí mismo en su epitafio.

Escultura al Cid en Sevilla

Otra leyenda relacionada con él tiene de protagonista a su visir, Ibn Ammar, quien desafió al rey cristiano Alfonso VI a una partida de ajedrez cuando este asediaba la ciudad. Si ganaba él, Alfonso VI desistiría de sus planes de conquistar Sevilla, pero si perdía le entregaría la ciudad a los cristianos. Ibn Ammar ganó y el rey cumplió su palabra, aunque la historia dice que el verdadero motivo por el que levantó el asedio fue el pago de un cuantioso tributo por parte de los árabes. El encargado de cobrar dicho tributo no fue otro que Rodrigo Díaz de Vivar, más conocido como el Cid, mientras que el rey envió al reino de Granada a otro caballero, García Ordóñez, con el mismo objetivo. Los reinos de Sevilla y Granada estaban enfrentados y García Ordóñez, convencido por el rey de Granada, atacó Sevilla. Al-Mutamid entonces le pidió al Cid que le ayudara a defender Sevilla, algo que logró, como reza el pedestal de la estatua que hay frente al Rectorado.

En recuerdo a estas leyendas, recomendamos la excursión a los Reales Alcázares de Sevilla, donde, además de contemplar lo que queda del antiguo palacio de Al-Mutamid, se puede ver la columna que se erigió en su recuerdo, mientras se cuentan estas leyendas y se conoce más de la Sevilla musulmana.

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