De todas las leyendas de Sevilla, una de las más conocidas, y también de las que más datos históricos que demuestran su veracidad se tienen, es la de la cabeza del rey Don Pedro, que narra la historia de un duelo a muerte que implicó al monarca castellano y la sorprendente resolución que se le dio al caso. Una de las muchas leyendas que Pedro I, para algunos “el Cruel” y para otros “el Justiciero”, dejó para la posteridad en la ciudad de Sevilla.
El reinado de Pedro I destacó por las continuas disputas por el trono castellano. La inesperada muerte de su padre Alfonso XI en 1350, cuando Pedro apenas tenía 16 años, lo aupó al trono, pero también inició su guerra contra las familias Guzmán y Trastámara. Y es que una de sus primeras decisiones como rey fue perseguir a sus hermanastros y a la familia de Leonor de Guzmán, amante de su padre, hasta que finalmente cayó muerto a manos de uno de los hijos de esta, Enrique de Trastámara, que reinaría como Enrique II.
Pero antes de este fatal desenlace, Pedro I tuvo tiempo de dejar numerosas leyendas e historias de sus amoríos y disputas en la ciudad de Sevilla. Una de las más conocidas es la de la cabeza del rey Don Pedro que se puede ver en la calle del mismo nombre. Según esta leyenda, Pedro I se batió en duelo con un caballero de la familia Guzmán, algunos dicen que porque este caballero descubrió el romance que el rey mantenía con su esposa, otros en cambio defienden que el duelo se debió a simplemente a la enemistad que había entre las familias de nobles. El caso es que, al amparo de la noche, el rey acabó con la vida del caballero.
Descubierto a la mañana siguiente el cadáver, el rey recibió la visita de don Tello de Guzmán, reclamando justicia por la muerte de su hijo. La familia Guzmán era aliada de la también poderosa familia Trastámara y si se descubría que él mismo era el asesino podía provocar una guerra civil en un momento en el que la lucha por el trono vivía un periodo de tensa paz. El rey prometió así una recompensa de 100 monedas de oro a quien le trajera la cabeza del asesino, que mandaría colocar en un nicho en el lugar donde había aparecido el cadáver.
Lo que no sabía el rey es que su duelo había tenido un testigo: una anciana que, alertada por el ruido, se asomó con un candil a la ventana. En la oscuridad de la noche, la anciana no fue capaz de ver la cara del rey, pero sí escuchó el crujir de sus huesos en la huida. Un ruido peculiar que la anciana no tardó en asociar a Pedro I, que sufría artrosis. Así que le contó a su hijo lo que sabía del asesinato.
El hijo se frotó las manos al escuchar la recompensa que prometía el rey, y se presentó en el Alcázar portando una caja en la que decía que estaba la cabeza del asesino. El rey lo recibió con sorpresa. “¿Estás seguro que en esa caja está la cabeza del verdadero culpable?”, le preguntó desde el trono. “Estoy seguro, majestad”, respondió él. “Piénsalo bien”, le advirtió el rey, “porque si descubro que me mientes será tu cabeza la que cortaré”. Viendo que el joven no se echaba atrás, el rey abrió la caja y miró en su interior.
Según una versión de la leyenda, al asomarse se vio reflejado en un espejo; otras versiones dicen que la caja contenía un busto del propio rey hecho en piedra. Sea como fuere, el rey vio que el joven tenía razón y cumplió su palabra. Tras darle la recompensa y anunciar a todos que había aparecido el asesino, mandó colocar su cabeza en el lugar prometido. Eso sí, mandó que la cabeza quedara oculta en una caja y protegida por una reja y guardias que vigilaran que nadie tratara de ver su interior, ya que argumentó que el asesino era una persona muy conocida en la ciudad y no quería que hubiera más represalias si se conocía su identidad.
Años después, una vez muerto el monarca a manos de su hermanastro, don Tello de Guzmán fue nombrado Gobernador de Sevilla. Nada más tomar posesión de su cargo, mandó que retiraran la reja y la caja del asesino de su hijo pues quería contemplar quién era, aunque sólo quedara de él su calavera. Su sorpresa fue mayúscula cuando descubrió el busto del fallecido Pedro I, burlándose de él desde la tumba.
El busto permaneció allí varios siglos hasta que fue sustituido por el que se halla actualmente, una obra de finales del siglo XVI o principios del XVII. El original aún se puede ver en la Casa-Palacio de los duques de Medinaceli en Sevilla, conocida popularmente como Casa de Pilatos. En una casa cercana al busto, precisamente en la esquina de esta calle con la calle Candilejo, también cuelga un candil en recuerdo del que usó la anciana para descubrir al rey.